January 9, 2009

la séptima vida

Nunca he visto a nadie morir de dolor y de frío afortunadamente, pero me puedo imaginar ahora lo traumático que puede ser presenciarlo, después de ver hoy a un gatito techero en esas circunstancias. No soy médica y por tanto no tengo la experiencia de lidiar cada día con la vida y la muerte. Soy comunicadora y cuando trabajé en prensa vi gente sufrir y quedar herida, pero nunca ver morir.
Desde hacía días decía el pronóstico del tiempo que hoy viernes iba a ser muy frío. Arropé bastante a mis dos hijitos hoy en la mañana y camino al Kindergarten me cercioré a cuanto llegaba la temperatura en el termómetro de una óptica: -10. Le pregunté a Francisca si tenía frío mientras seguíamos caminando y ella respondió con un simple "nein". Para mi fue suficiente para no preocuparme más, a pesar que tenía ya los dedos de los pies congelados. De regreso a casa, ya sólo con Patricio, tomé la ruta llena de nieve, porque quería pasar por la panadería, la cual está en esa dirección. Pero en medio de la nieve junto a la muralla que rodea y encierra esta ciudadela había una bolita negra de pelos que maullaba -no tan redonda por lo flaco-, temblando y estremeciéndose mientras trataba de ponerse de pie y avanzar, pero desfallecía inmediatamente después de cada intento. Notó mi presencia por el ruido de las llantas del coche de bebé al estrujar la nieve de la pista. Temblaba aún más. Ahora no era sólo por el frío, sino por mi. No sabía que hacer, mire hacia todas las direcciones y me dije que no podía ser indiferente ante una vida, la última de las siete pensé entre lágrimas, porque era evidente que ese gato techero no tenía ya más. Seguro se había caído mal del tejado de la muralla, la cual debe de tener una altura de 10 metros. Lo cubrí con la manta que tenía Patricio dentro del coche. El gatito pudo calentarse, se quedó más tranquilo, pero seguía temblando. Pasó una mujer y se detuvo a preguntar lo que pasaba. Le pregunté si tenía el teléfono de la Protectora de Animales, pregunta absurda para alguien que está en la calle dirigiéndose al médico. Pero en fin, quería yo buscar una solución, así que decidimos mejor llamar a la Policía y ésta nos derivó a los Bomberos. Ya sabiendo que acudían en nuestra ayuda, la señora se marchó y me quedé esperándolos, mientras veía pasar autos en ambas direcciones, quienes miraban curiosos y no se detenían. Así transcurrió 15 largos y fríos minutos, demasiado fríos por las bajas temperaturas y la frialdad e indiferencia de la gente. Indiferencia que me hacia pensar, quizás por la preocupación del momento, en aquellos años en que muchos habitantes, vecinos de estos pueblos comenzaron a desaparecer de la noche a la mañana y nadie decía nada. No eran gatitos, eran judíos.
Finalmente, la Policía llegó y mientras uno de ellos fue a buscar una cajita en una tienda para poder transportarlo, el otro se quedó con nosotros. Era muy joven y seguro que había sido asignado a esta extrema y riesgosa tarea de salvar la vida de un gatito techero casi muerto de frío. Aún así se lo tomó bien, a pesar de la extrema, -esta si era extrema de verdad-, temperatura, pues fue el quien me corrigió y me aclaró que estábamos a -18° C.
Puedo decir ahora que he salvado una vida. Es muy fácil dar la vida. Procrear, divertido, y dar a luz, doloroso; pero salvar una, satisfactoria. Me hubiese gustado que mi hija Francisca haya estado conmigo en esta experiencia, para darle una lección de vida, in situ. Estoy segura que le hubiese gustado y aguantado, porque eso sí, una temple tiene ésta para aguantar las bajas temperaturas. Después de toda esta experiencia, lo que puedo decir es que aún teniendo un gran sentido social, no podría ser bombero o médico y que simplemente los gatos no tienen siete, sino ocho vidas.