June 30, 2010

la gorrita roja

Cuando era niña aprendí del cuento de la Caperucita Roja sobre el peligro de los bosques y sus huéspedes, en este caso en concreto, el lobo. Nunca me imaginé en mi vida si quiera que iba a terminar viviendo al pie de un bosque, de aquellos que sirvió de inspiración para recrear aquellos cuentos de los Hermanos Grimm; ni tampoco me imaginé que podía terminar casi como la Caperucita Roja.

Desde que vivo al pie de los bosques de Augsburg desde hace un año, utilizo sus vías para correr en las mañanas. Al comienzo corría con cierto temor de ser sorprendida por algún animal como un venado, jabalí o facineroso. Pero me he dado cuenta con el transcurso del tiempo que nadie ni nada se te acerca, menos aun en los tiempos de abundancia de alimentos como es en verano ; y, los animales mas inofensivos como el venado, huyen pavoridos al sentir la presencia humana.

Con esa despreocupación es que me encontraba hoy día trotando, cuando he comenzado a notar cierta sombra que volaba sobre mi. No me he percatado solo hasta que he sentido que estaba ya volando muy al ras de mi y por tercera vez. Menuda sorpresa la mia al mirar hacia arriba, y ver un águila que me estaba acechando y venía nuevamente hacia mi cual flecha. Solo he atinado a sacarme de la cabeza la gorra roja y con ella tratar de espantar al ave. Ha vuelto a postrarse en una rama de un árbol y no volvió a volar más sobre mi. No sé si se ha espantado al agitar mi gorra cerca de su vuelo o si se ha dado cuenta que no era ninguna presa que podía levantar. No sé si les excita el color rojo como muchos piensan que sí a los toros; tampoco sé, si mañana me pondré aquella gorra roja que atrajo o distrajo a esa harpía; lo único claro de esta experiencia es que hoy me he sentido todo un personaje de cuento mágico.

March 28, 2010

responsabilidad por una hora

"DURANTE UNA HORA, EL PERÚ CONTRIBUYO EN LA LUCHA CONTRA EL CAMBIO CLIMÁTICO". Titular de El Comercio, 28 de marzo del 2010.

Me río. Pero durante esa hora, uno de los peores contaminantes del Perú, el parque automotor, seguía circulando por las calles con su humo negro lleno de óxido de nitrógeno, óxido de azufre, polvo y otras partículas que dañan la salud y el aire; asimismo, durante esa hora, no cambio los malos hábitos de arrojar desechos tóxicos a la basura, todo junto, sin importar que ya ni el agua que llega a la casa no se puede beber directamente.

Adoptamos nuevos hábitos como solución contingente, al comprar agua embotellada, que sin fijarnos no contienen los niveles de sales minerales que el cuerpo necesita diariamente. Consecuencia sufrida durante esas tres semanas en Lima, calambres musculares nocturnos que nos hacían despertarnos, así como lo hacía también la contaminación acústica durante toda la noche.


Salíamos a las calles, y mis hijos no dejaban de toser en el auto, especialmente cuando
quedabamos atollados en el tráfico de más de media hora, de solo un distrito a otro. Salíamos al supermercado y me rellenaban de bolsas de plástico por comprar solo tres productos, cuando el supermercado ofrece (más obvio que las letras enanas de la publicidad) la opción de transportar los productos en bolsas de tela.

Me gané una manifestación de ciclistas en el Parque Kennedy (eran cuatro gatos), que pedían la construcción de ciclovías. Eso, señores, eso sí hay que apoyar. Lo otro, es simplemente monada de sentirse identificado con las principales capitales del mundo, iniciativa que ni es propia siquiera; o más triste aún, un lava consciencias.
La responsabilidad no es sólo de los políticos y empresas, sino que debe de partir también de nosotros, productores y consumidores. Una responsabilidad que no debe de durar sólo una hora, que no debe ser flor de un día.