September 27, 2006

la hora punta
Piura (noroeste del Perú), iluminada y ploma por el polvo, amanecía una mañana de diciembre del ´97 ventosa y fresca, como se había vuelto costumbre desde hacía días, pero no muy común en cualquier época del año, excepto 15 años antes cuando pude vivir por primera vez un Fenómeno de El Niño. Las condiciones eran un poco diferentes, pocas digo, porque ese año ’83 iba a incursionar en mi primer año de educación primaria, y ahora, mis primeras prácticas pre-profesionales como reportera gráfica en un diario regional.
Así, esta ciudad cálida, y vaya cuan cálida es, que las casi 24 horas del día, con excepción de las del amanecer, se suda como si se viviese en una sauna, me abría sus brazos para recibir otro día laboral. El dilema de todas las mañanas era qué ropa era la más conveniente usar, pues no podía adivinar cuál comisión o asignación me tocaría, ya que si se trataba de ir a un lugar apartado y tener que cruzar una quebrada o, peor aún, un río, lo ideal era un pantalón corto, pero así no podía entrar a cualquier caprichosa y formal entidad pública o privada.
Después de una disertación “profundísima”, elegí el corto, pues mi sexto sentido periodístico me lo decía “Lorena, este día es movido”, y vaya que sí lo fue, pues llegada a sala de redacción, tenía ya desde la entrada una comisión esperándome, “a Sullana Lorena”.
Zancudos al ataque
Durante el viaje, en compañía del alcalde de Sullana, el director Regional de Agricultura y mi colega de comisión,  Teo Zavala, se me fue informando en qué consistía todo. Unas fotitos por acá y otras por allá, nada difícil para alguien que se podía gastar dos rollos de películas en un día sin muchas aspiraciones, “pan comido Lorena”; y sí que fue pan comido, pero para los zancudos, pues al sitio que fuimos era el canal Cola de Alacrán, lugar plagado de toda clase de antipáticos insectos existentes y por existir.
Los intentos por esquivarlos y zafarlos eran inútiles, pues como era la más descubierta, no duraron en darse el gran banquetazo conmigo, y eso que no eran su hora punta de los “benditos”, como se mataba tratándome de hacer entender el imperceptible y obstinado alcalde.
La situación se había hecho insostenible, ya que no conseguía tomar ni una sola fotografía. Mientras mi colega me daba de trapasos para espantar a los impertinentes zancudos, yo iba perdiendo los papeles –y eso que soy calmada-, en esa situación tan surrealista, al punto de lanzar la cámara al suelo como quien tira su trompo para quiñar al “chantado”.
“Click, Click”, se oyó; ya estaban las tomas hechas, “ahora hacia Piura”. Una vez llegada a la ciudad, las ronchas de la cara y el cuerpo se fueron desinflamando, mientras la temperatura de medio día iba inflándose. Una que otra comisión pequeña, sin más trascendencia que unos partidos de fútbol, auspiciados por el diario.
Mi día laboral ya estaba por concluir sin más aspiraciones, tranquila y casi fresca por la comodidad de la vestimenta y el rudimentario aire acondicionado del periódico; lista casi para revelar lo congelado por mi lente, una llamada telefónica le dio un giro total a la vespertina tarde, haciéndome coger dos rollos de película más. “Al Grupo Aéreo Número 7, Lorena”, me dijeron.
El Presidente de la República, Alberto Fujimori, llegaba en esos momentos y quería revisar cómo estaba la crecida del río, así como los arreglos que se estaban haciendo en el Puente Independencia, el cual cruza el Río Piura.
Al ataque de nuevo
Trepamos, los de la competencia también, a la orden del presidente, en la primera camioneta vacía de la caravana, en dirección al Bajo Piura. Todo iba bien. Todo hacía preveer que el día acababa tras ponerse el sol, mas sin antes dejar de hacer algunas tomas con el resplandor que favorecía hasta al menos agraciado. Lo deje bonito al “Chino”. Pero, tanta emoción por lo que estaba haciendo, hizo que no me percatase de la ya mencionada anteriormente, hora punta.
De pronto lo único repetitivo que se escuchaba era “taz, taz” de las personas, entre periodistas, guardaespaldas y mirones, que nunca faltan, todos tratándose de zafar de los “colados” zancudos, a quienes nadie nunca los invita. Pero, la gente no se dejó intimidar por sus continuas agresiones, pues se estaba a la expectativa del momento en que el presidente arrancase con sus muy fugases y “demagógicas” declaraciones a la prensa.
Finalizada su escueta intervención -para variar-, todos comenzaron a buscar como locos repelente contra insectos, pero con la oscuridad y todo, no sabía de donde salía el tan cotizado líquido hasta que pude divisar a los guardaespaldas sirviéndole a su jefe. Sin más que mi suerte conmigo, les pedí un poco para “la pobrecita de mi”, y con gusto, quien sabe por qué, me rellenaron las manos; no obstante los bandidos, y ya no se más cómo llamar a estos desdichados, me terminaron de hacer leña la piel.
Unas y otras más inspecciones, entre correrías y casi nada de declaraciones, el presidente decidió cenar, después, claro, de habernos cenado los susodichos, para después enrumbarnos hacia Chulucanas, que estaba pasando una lluvia torrencial. Sin embargo, el buen físico de un cuerpo de 60 años lo traicionó y lo hizo desistir de sus intentos por ver cómo llueve por allá.
Feliz por la decisión, puesto que el cansancio me embargaba y la ojota colgaba de un hilo, no pude cantar victoria, pues el presidente nos informó (habló algo más) que nos esperaba justo al amanecer del día siguiente, para dirigirnos a Chulucanas a ver cómo había quedado después de la lluvia torrencial. Muy fácil predecir: llena de charcos de agua, convertidos en criaderos de zancudos; pero este cuento es de otro día.

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